En realidad la “Ley Aguirre” no era más que el reflejo de la mentalidad carca de la condesa consorte, muy similar a la de Manzano en este ámbito. Clamaba contra lo que ella consideraba “colmenas”, que para ella lo era tanto Parla Este como las torres de piso a kilotón de euros de Isla de Chamartín o Francos Rodriguez.
Luego vino la estelar y sensacional actuación de Canabal y sus chicos, probablemente el organismo de interpretación legal más ultraconservador y de piñón fijo que han conocido los tiempos. En lugar de aplicar la ley en las Seseñas de turno (por cierto, el residencial del Pocero está mil veces mejor diseñado que esta mierda de Calderón-Mahou) la aplicaron en el medio de una ciudad de 7 millones de habitantes metropolitanos, como si fuese suelo rústico. Consecuencia, todo empantanado. Su actuación en el Sureste también es de traca, pero eso para otro día.
Y luego llegó la desgracia humana calva que parió esto, y lo ejecutó Almeida. No le quito culpa al último (que tiene un aroma manzanil que tira de espaldas) pero no podemos poner en el mismo fiel de la balanza a este y a JMC y Carmena, que ha sido lo peor que le ha pasado a Madrid desde… bueno, iba a decir desde Fernando VII, pero la del Spa, Mangada y compañía se las traen también. Qué mala suerte hemos tenido, porque Gallardón ha sido solo un oasis en medio de este desierto de mediocridad.