Este estudio es muy interesante:
Un viajero en vehículo privado, por término medio, ocupa 5 veces más espacio urbano que un peatón (m2/h por km recorrido), 2,5 veces más que un ciclista, y entre 3 y 10 veces más que un pasajero de autobús, según ocupación (y, curiosamente, lo mismo que una moto). Esta ocupación de espacio aumenta con la velocidad, porque cuanto mayor sea, más es también la distancia entre vehículos y la anchura de los carriles (esto, por cierto, tiene el curioso efecto de que, a partir de cierto punto, el incremento de la velocidad máxima efectivamente reduce la capacidad de la vía). Todo ello hablando sólo de espacio dedicado a desplazamientos, sin tener en cuente el que ocupan los aparcamientos.
Básicamente, lo que viene a explicar el estudio es que, en temas de movilidad, hay una tensión entre un recurso privado, el tiempo que cada persona dedica al transporte y un recurso público, el espacio urbano. Los individuos tienen incentivos para desplazarse lo más rápido posible, pero al hacerlo, consumen una mayor cantidad de espacio público, el cual es un recurso escaso, especialmente en el centro de las ciudades. En el estudio se discuten distintos mecanismos para gestionar esa tensión, entre ellos el uso de peajes en las ciudades.
A esto hay que añadir que el espacio dedicado al coche es exclusivo y hostil a cualquier otro uso. Los espacios peatonales (y en menor medida los ciclistas) permiten no sólo desplazarse, sino que también se pueden dedicar al ocio, a la interacción social, a las compras, al deporte, al descanso, pueden incluir bancos, plantas, etc. La calzada sólo es instrumental para ir de un punto A a un punto B. Más aún, la velocidad a la que se desplazan los coches crea problemas de seguridad, que en muchos casos exigen medidas de seguridad y separación, ejerciendo de barrera urbana y aislando unos barrios de otros (véanse, por ejemplo Sta. María de la Cabeza, o la Avda. de la Memoria, por no irnos a una autopista como la M-30).
El resultado es que a día de hoy no podemos prescindir del coche en la movilidad urbana, pero el precio que se paga, además del ruido y la contaminación, es una degradación brutal del entorno urbano. Y que el camino es seguir reduciendo ese precio.