Erase una vez un aparcamiento de un supermercado manchego, en donde los tórridos veranos resultaban abrasadores y los coches ardían como el infierno…
Donde a ningún político ni responsable municipal se le ocurría que había que obligar a implementar leyes que obligasen a las superficies comerciales a plantar sombra natural regada con agua natural de lluvia como la vida misma.
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