Ya que aquí conversamos unos cuantos interesados con pareceres variados, os propongo repasar los fundamentos de considerar las naves de las cocheras como un patrimonio digno de restauración (conservado in situ o trasladado) en vez de fijarnos en el prestigio o representatividad de las personas o instituciones de quienes compartan nuestra opinión (o nosotros la suya, claro).
Hemos visto que algunos defienden que esas naves son un patrimonio industrial sin dudarlo. El problema es que incumplen la definición porque sus vías y cubiertas no son restos de ninguna instalación abandonada donde haya que recurrir a la arqueología industrial para saber a qué se dedicaban sus vestigios.
También los hay que creen que tienen suficiente valor arquitectónico, estructural o arqueológico como para ser patrimonio histórico. La objeción es que la relevancia de esos presuntos valores no da para que sean parte del testimonio «de la contribución histórica de los españoles a la civilización universal y de su capacidad creativa contemporánea». La verdad es que sólo dan para dejar en evidencia a los que pregonan que son un ejemplo de arquitectura finísima, o a los que propagan que tienen unos interesantísimos dientes de sierra que no son característicos en cocheras europeas, o a los que difunden que son una obra de Antonio Palacios.
Otros han basado su apreciación patrimonial en que tienen un cierto interés histórico por haber sido las primeras cocheras de un ferrocarril metropolitano de Madrid. Una primera objeción podría ser que, desde mucho antes, hubo otros ferrocarriles metropolitanos de viajeros en Madrid, e incluso uno de mercancías con tramos subterráneos. Puestos a reivindicar primeros puestos en algo, también podemos decir que fueron las primeras cocheras de la historia mundial delante de cuya fachada se planearon dos edificios monumentales para taparlas sin que llegasen a edificarse por falta de dinero.
Luego está el argumento de que son un patrimonio a conservar porque son las primeras cocheras del actual Metro de Madrid, lo que es verdad. También es cierto que se han mantenido en uso a base de muchas transformaciones, por lo que ahora es difícil encontrar allí lo que los restauradores llaman “L’esprit du lieu”.
No obstante, aunque pudieran revertirse todas sus transformaciones poniendo dinero si quien ganase el 4 de mayo las elecciones en Madrid decidiera expropiarlas para dejarlas en el lugar y servir como museo, llegaríamos a dos absurdos.
Uno es perjudicar el transporte sostenible de la gran ciudad del futuro, que sigue prescribiendo concentrar su población, reducir las distancias a recorrer y liberar espacios con edificios en altura (como ya lo previeron Mario Gaviria, Ramón López de Lucio y otros en los años 60 en Benidorm). Y eso sin contar que esa base operativa de Metro sigue siendo muy necesaria para poder prestar el nivel de servicio que se les demanda.
El otro es que el nuevo criterio, como ya hemos visto aquí, debería de aplicarse (o haberse aplicado de ser acertado) a muchas otras viejas instalaciones que también tendrían que considerarse bienes patrimoniales a conservar in situ, concluyendo que todo lo pasado debe primar sobre el futuro. ¿Quién habla hoy del “pelotazo” de la Gran Vía de Madrid?
Mi pregunta para los que defienden que esas naves son un patrimonio merecedor de ser conservado: ¿qué valores somos incapaces de ver los que discrepamos? ¿Estamos ciegos? ¿Es sólo una cuestión de preferencias estéticas, o de ideas políticas sobre transporte, urbanismo y vivienda?