Hacía muchos años que no entraba al Museo de América y me he llevado una sorpresa. Recordaba que la museografía tenía un aire a pabellones de la Expo de Sevilla del 92, con paneles un poco sonrojantes y un recorrido torpe. Hay una pequeña parte del museo que sigue transmitiendo esa sensación, la correspondiente a la recreación del continente en relieve, que más pobre no puede ser y los mapas y diagramas explicativos de los movimientos migratorios y la composición étnica, todo muy caspa. El resto del museo me ha encantado. Juega a favor que el edificio es una maravilla, como todo lo que hizo Luis Moya Blanco, que en esta ocasión lo firmó con Luis Martínez-Feduchi, aunque a mí me parece más Moya que Feduchi.
Las bóvedas son una maravilla. Lo que se podía hacer con mucho ingenio y con materiales humildes